jueves, 7 de mayo de 2009

RECUERDOS DE NIÑEZ

( Por Taty Cascada )

La casa era de estilo colonial, de blancas y calcinadas paredes que relucían ante los destellos del sol. El techo de tejas de arcilla rojizas,le otorgaban un aire de melancólica fluidez ancestral. Los ventanales que daban a la calle,eran amplios, de modo que todo se podía observar,a través de los cortinajes que ocultaban mi cara embetunada de mermelada,- que mi madre fabricaba todos los años-, y que yo absorbía con la avidez de la tierra. En la entrada principal,se ubicaba un portón de fierro fundido de verdoso y ocre metal, el resto de la empalizada, lo sorteaban una serie de barrotes que terminaban en certeras lanzas, que señalaban al cielo como su estandarte.

Si hay un recuerdo que añoro, y recurro en forma persistente, -en determinados momentos especiales de mi vida-,es la floreciente niñez.

Continuando con la descripción, a un costado de la amplia casona, se ubicaba un largo y productivo parronal. Se encontraban dispuestas, y en conformación lineal, una variedad limitada de cepas, que eran de mi total y juguetón agrado. Gozaba degustando uvas de diversos matices, negras, blancas, rosadas. Éstas últimas mis predilectas, por su color,sabor y olor, un tríptico perfecto para mi alucinada sensibilidad que se despierta con cada elemento,aroma, textura, colorido o sonido particular.

Me gustaba elegir el racimo más perfecto, el de los granos más delicados y proporcionados. Contaba sus gránulos con la avidez de una sedienta, y ansiosa niña. Me dejaba llevar por su penetrante aroma y ese meloso sabor, que hacían palpitar de gusto a mis papilas.

En el costado opuesto al parrón, había un kaki. Un grandioso árbol, cuyas verdosas hojas eran un festín para el ojo en primavera. Llegado el otoño, las hojas habían cedido su territorio, y nos dejaba de regalo el obsecado y sedoso colorido de sus frutos. Tonos y pigmentos rojizos, anaranjados y amarillentos se observaban en su redondeada conformación. Me gustaba mirarlo largo rato, supongo que de esa forma, comenzaba a despertar en mi interior, ese gusto y amor por la naturaleza.

En el patio delantero, frente a la terraza, un prado siempre verdoso, se ornamentaba con rosas escogidas y selectas. Nunca más he vuelto a ver, flores de pétalos más definidos y colores más bellos, que las tonalidades de esas rosas que guardo en mi memoria. Algunos claveles y lirios, ubicados en los costados laterales, terminaban de conformar el cuadro, de intenso colorido y belleza.

Al fondo, tras la muralla blanquecina, se ubicaba mi centro de operaciones, mi lugar favorito para soñar. Un espacio mágico, donde desperté a mi gusto por las largas ensoñaciones y evasiones de la realidad. Bajo el alero, siempre dispuesto, de un damasco cargado de dulces, y maduros frutos. Decenas de rosales me miraban, -más sencillos que los anteriores-, pero aún dentro de su humilde naturalidad, se respiraba de ellos su gracia. Atrapados a la lindura de las flores, los duraznos mediaban participación. El celoso almendro, oteaba desde su equidistante posición, y un tibio y tímido palto, ocultaba sus frutos de las aves, que intentaban privarlo de sus cuidados frutos.

En una esquina de ese patio posterior, se encontraba un pequeño bosquecillo artificial, conformado por los largos y generosos brazos, de seis o siete árboles colocados en forma circular. De esa forma, las ramas altas y más extensas, se entrelazaban con tanta armoniosa y delicada complejidad, que se creaba una cúpula natural, de ramas, troncos, y hojas. El penetrante aroma de las diversas especies arbóreas, era agradable y delicioso, un lugar único para evadirme de la realidad.

¿Cuántas veces?, la voz de mi madre, chocó con esa muralla vegetal, y sobre todo chocó, con mi absoluto desconocimiento de las horas de almuerzos, cenas, meriendas etc. Los pinceles y hojas de papel, conspiraban conmigo para desentendernos de la vorágine de los horarios por cumplir. Yo, era yo. Yo, era la palabra felicidad. Yo, era capaz de volar. Yo, no era una niña más. Yo, era el personaje central, ideado en un mundo creado en mi imaginación. Los demás, podían esperar.....

2 comentarios:

Gina dijo...

Taty:
Volvemos a la infancia como las golondrinas regresan a la estación primaveral. Regresamos siempre hacia los años felices, a los aromas y los sabores particulares, que están marcados en nosotros cual tinta indeleble en la memoria sensorial. Y como diría el poeta Checo, Reiner María Rilke, cómo no volver si "la patria del hombre es la infancia".
Saludos.

Gina

Tatiana Aguilera dijo...

Agradecida de tu visita y de tus comentarios Gina.

Taty