martes, 8 de septiembre de 2009

OLORES TERROSOS...PRIMERA INFANCIA

( Por Taty Cascada )


¿ Qué elementos, nos retrotraen a nuestra primera infancia ?, y digo primera infancia, porque el ser humano es el único animal-muy a mi parecer-, que no termina nunca de madurar. Podremos avanzar inexorablemente por etapas físicas, de edad cronológica, pero no de actitud psicológica, existen personas que nunca dejan de actuar y sentir como infantes, quizás en el fondo, yo forme parte de ese grupo, nunca me siento completamente madura, y en algunas situaciones actúo como niña de pecho, pero ese es otro tópico, por el cual ahora no me voy a derivar. Me quedo para rememorar con todas aquellas sensaciones, que se perciben a través de los olores, objetos, ruidos, sabores, tesituras, y que nos llevan a la velocidad de la luz , a esa bella, distraida, relajada, alegre, primera infancia.
En mi corazón y sobretodo en mi conexión sensorial, al confrontar episodios acaecidos en el presente con recuerdos queridos de antaño, funcionan predominantemente los olores y sabores, como sentidos básicos. Qué fácil es, conectarse con esa niña de cabellos melosos, de incipientes lunares, de tímida mirada, imaginación a flor de piel cuando aspiro el aire vegetal, terroso, húmedo, tras una tarde de lluvia persistente en mi ciudad. Qué fácil es, atisbar detrás de los rosales perfumados, a esa niña un poco inquieta, callada, huidiza, que era meticulosamente peinada por su madre , con cintas de colores y pinches que no tardaban en volar por el aire; ya que mis ímpetus por subir a los árboles jamás me dejaron tranquila, además de las clásicas lamidas de mi perro, un bello boxer, que disfrutaba siguiendo todas mis andanzas, y compartía mis correrías en el amplio patio posterior de la casa. Situación imposible de vivenciar con la tortuga, que calmada y profunda emprendía su periplo en las mañanas, terminando en las tardes su lento recorrido. Cuando a lo lejos la veía regresar con sus patitas de uñas duras y pedregosas, me invadía un sentimiento muy fuerte de ternura, asi que mis alocadas jugarretas se daban un respiro, cuando la tenía entre mis brazos...¡ Como no recordar el sabor de yogurt de damasco ! , y ¡ tenía que ser damasco !, porque era la fruta preferida de mi madre. La leche sin azúcar, porque a ella le gustaba así...Ahora con los años, todos esos recuerdos me provocan hilaridad, ya que el carácter dominante de mi madre, a éstas alturas de la vida, no me provocan más que un rictus de conformidad en mis labios.
De todos los olores, que mi cerebro registra en forma cuidadosa y meticulosa, sin lugar a dudas el olor a tierra mojada, es el aroma que me lleva directo, a esa niña perdida en el tiempo, aquella niña que disfrutaba jugando con las lagartijas en los árboles, -pobres seres despreciados y temidos por mi madre-, pero que yo amaba y respetaba infinitamente-. Aquella niña que subía al naranjo más alto, para instalarse por largos minutos en su copa, que degustaba damascos con picardía y dejadez, con la modorra de las abejas de estío. La misma niña, que creaba universos con lápices de colores en sus dedos...
Cada vez que llueve, y esas gotas inquietas, coquetas, transparentes, platinas , se agolpan dubitativas en el saledizo de mi ventana, no puedo evitar abrir de par en par sus contornos metálicos, para aspirar ese aroma, esa fragancia terrosa, virginal, de Eva nativa, de hiedra, de musgo adormecido. Para sentir que ese hálito profundo de la madre tierra, me invade por completo mis pulmones y en toda su alienante dimensión. Aspiro una y otra vez, largas bocanadas de aire fresco, para sentirme otra vez esa niña, otra vez la infante de ojos agudos, de manos que tocaban todo, para sentirlo parte de si. Esa niña que corría tras el charco más grande y devoraba trozos de tierra, para sentir ese aroma que la perturbada dentro de su interior. ¿Cuántas veces mi pobre madre, me encontró con la cara sucia por el barro?, con los dientes manchados por los bocados de tierra elegidos por mis ojos, y cuántas veces me tenía que llevar de urgencia al médico, para beber detestables y amargos medicamentos. Aún así , el llamado de la tierra era superior a mis fuerzas, y a mi desagrado por la visitas médicas.....Ella, -mi madre-, no tenía más solución que cerrarme las ventanas y puertas cuando la lluvia hacía su aparición, y yo quedaba pegada a los ventanales, observando como la lluvia se apoderaba de la tierra, la hacía suya, la poseía, la atormentaba...
Mis ojos no tenían más que aceptar, que debería consolarme con ver las gotas replegadas en el césped, en las flores -que escapaban de sus furiosos embates-, en las hojas de los árboles, en los troncos nervudos, en los tallos de los dulces claveles, en las piedras que acogen al musgo y las hiedras, y sentir desde lejos, el mágico respiro de la tierra. Esa abertura natural de las persianas, aunada con los agujeros normales de toda ventana de madera, me permitían adentrarme de ese olor. Ese aroma que me trastornaba el pensamiento, que me atraía con la fuerza arrebatadora de los imanes terrestres, parecía magia. Magia de la madre tierra que me seducía con su procaz encanto, En el fondo, era como sentir la fragancia de la persona amada, nada más químico que ese aroma peculiar, original, que emite cada ser humano...Para mí era lo mismo, tal vez, después de todo, la tierra sea mi primer gran amor...De esa forma son comprensibles, mis tardes pegadas a la ventana de mi casa, observando la lluvia y su deslices volubles con la tierra...Nada me quedaba sin observar, nada, absolutamente nada. Quedaron registrados en mi retina, el inquieto vuelo de las abejas que buscaban urgente refugio, la rapidez de las hormigas en adentrarse a sus cuevas subterráneas, las aves buscando su nido en los árboles frondosos, la felicidad de los árboles y como levantaban sus ramas en busca de la lluvia que los besaba , sus hojas brillantes y lúcidas de placer.El césped y su alegría por el agua que lo enaltecía con su llegada, el musgo rabioso en las piedras, las nubes opacas celosas de mi mirada. Todo lo disfrutaba, y lo continúo disfrutando. La niña débil y flaquita ha crecido, se conserva delgada, pero ha cambiado, ha mutado su imagen, pero reserva intacta su mirada y sus recuerdos de lluvia ...
Hoy, tímidas gotitas han hecho su aparición en mi patio, en mi ventana...Trémulas y confundidas aletean como aves desorientadas, dulces carámbanos de nubes plomizas, en medio de las hierbas se despliegan enarboladas, acarician la tierra y la dominan a su antojo, dejando como huella, ese olor, ese aroma que me conduce invariablemente a mi primera niñez.....

2 comentarios:

Núria dijo...

Que idéntica sensación tengo to cuando veo caer la lluvia, amiga.
Me veo con la nariz pegada a los cristales, empañados con el vaho de mi aliento y embelesada con las gotas que resbalan cristal abajo...
Lo comparto totalmente. Un beso!
Núria

Tatiana Aguilera dijo...

Ya somos dos amiga mía, algo más que nos une, en nuestra bella y hermanable amistad...
Cariños para ti

Tatiana